11 de julio de 2013

El abrazo de un viejo amigo: Puigllançada.

Con la retina teñida del ocre y verde del Catllaràs, una experiencia serena vivida durante esa misma mañana, me acerqué a Coll de Pal con la pretensión de estrechar un fuerte abrazo con un viejo amigo vestido de blanco y azul, un viejo amigo que me había visto infinidad de veces pasar de largo y al que nunca me digné en acercarme y saludarlo de cerca.
La subida con raquetas al Puigllançada, montaña de 2.409 m. que une sin solución de continuidad la Serra del Cadí con la Serra de Montgrony, se prometía tranquila a través de sus suaves y blancas laderas, pero la inesperada llegada de viento y nubes dificultó mucho la acción, viéndome envuelto en una densa niebla que no dejaba ver a más de un par de metros y que me condujo sin remedio hacia la pared de un ventisquero imposible de franquear.
No me lo puso fácil Puigllançada... pero al final el abrazo llegó.

Las lluvias caídas durante toda la semana propiciaron una impresionante nevada a partir de la cota 2.000.
Coll de Pal y el Cap del Serrat Gran (2.402 m.) Se acercaban unas nubes con muy mala pinta.
Hacia el norte, la Cerdanya se dejaba ver, con paisajes nevados en torno al Macizo del Carlit.
A medida que ascendía se descubrían horizontes del Berguedà i me acercaba a un denso techo de nubes negras.
Al ganar altitud el viento arreciaba y arrastraba la nieve tapando la visión de mis raquetas. La vista sugerente del Pedraforca, Comabona y Penyes Altes asomaba sobre la curva parabólica de la Collada de Comafloriu.
La sinuosa carretera de Coll de Pal parecía un Scalextric. La nube comenzó a tapar el Cap del Serrat Gran y me imaginé que no tardaría en taparme a mí...
La Cerdanya y el Macizo del Carlit al otro lado del valle.
Comafloriu y detrás, Comabona (2.547 m).
La redondeada y engañosa cima del Puigllançada, las nubes lo irían tapando poco a poco.
Así, de repente, las nubes cerraron la visibilidad, Coll de Pal fue desapareciendo y yo no veía a más de 2 mts, todo era blanco, infinitamente blanco.
Tras superar como pude un ventisquero de 1 m. de altura llegué a la cima. Mi alegría fue inmensa. La soledad era absoluta.
Después de abrazarme al Puigllançada.
Puigllançada, y detrás mío otros colosos del Cadí: Pedraforca, Comabona y Penyes Altes.
Puigllançada y, detrás, la Serra de Montgrony y un Puigmal completamente tapado por las nubes.
Se despejaban las nubes y el sol hacía resplandecer la Collada de Comafloriu.
La Serra de Montgrony, escenario de algunas aventuras del Ultratrail Emmona.
Siempre busco el momento para escuchar la voz de la montaña. La de Puigllançada, detrás mío, también.
Dejando atrás la suave silueta del Puigllançada fui bajando hacia el Amorriador de Rus para observar a las hordas de esquiadores de La Molina cuyas voces me llegaban hasta allí.
La Tosa d'Alp (2.536 m).
La Collada de Toses, que une los sistemas Cadí-Puigmal.
El Col de Puymorens, al otro lado de la Cerdanya.
Regresé a Coll de Pal por la ladera del Puigllançada. Las formas redondeadas que propiciaba la copiosa nevada y las sombras de las nubes  formaban el decorado de un sueño.
El Torrent de Coll de Pal, que subiendo desde La Molina es testigo de aventuras de ultratrail.
El viento hacía retorcerse a las nubes tras la suave cima del Puigllançada.
Y final de la jornada, con una mañana teñida por el ocre y verde del Catllaràs y una trade en blanco y azul en Coll de Pal.

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