En el siglo XII estos apartados valles interiores del Berguedà y el Ripollès gozaban de una climatología más benigna y fruto de ello fue la repoblación que experimentaron. Se conserva una buena muestra de vestigios de aquella época, como la iglesia románica de Sant Romà de la Clusa y algunas masías próximas. Recorrer el territorio ayuda a entender la dureza de la vida en aquella época e invita a imaginar cómo se las tenían que arreglar los habitantes de este apartado rincón.
La belleza serena de sus montañas y hondonadas, bosques y prados, el único sonido de los riachuelos y el viento en los árboles son una inyección de paz directa en vena. Éstas son las imágenes de un día de invierno perdido en un paraíso particular, el Catllaràs.
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La tarde caía cuando llegué a Sant Romà de la Clusa. Un paseo de última hora me permitió disfrutar de las siluetas recortadas de El Roig y de Sobrepuny, que rompían los matices estratificados de la atmósfera. |
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Sant Romà de la Clusa, testimonio humano desde el siglo XII. El sonido de los riachuelos inundaba la atmósfera. |
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La noche se cerraba y el frío venía de golpe en esta noche de marzo. Por el hueco del desfiladero se veían las luces de los pueblos del Berguedà. Aquí la oscuridad se apoderaba de todo. |
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Una buena cena para reponer fuerzas en el Alberg de la Clusa. |
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Despertar y ver El Roig amenazado por una niebla en movimiento que subía. |
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La luz de la mañana inundaba las estancias del Alberg de la Clusa. |
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Me dispuse a hacer un trekking para impregnarme de esta naturaleza tranquila y serena, dejando atrás el lugar de Sant Romà de la Clusa. |
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La niebla entraba por el desfiladero, jugando con las crestas de Sobrepuny. |
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Por encima del bosque aparecían las cimas nevadas de la Serra d'Ensija. |
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El Pedraforca, asomando curioso sobre las copas del bosque de este rincón del Catllaràs. |
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Tras varios kilómetros de subida llegué a Els Altars, collada situada a 1.601 m en la que la niebla que empujaba desde el fondo del valle jugaba formando espectaculares torbellinos blancos. |
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Y otro coloso que decoraba el paisaje poco antes de que la niebla se adueñara de todo, el Puigmal. |
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Al borde del precipicio de Els Altars, con los torbellinos de niebla queriendo ganar terreno. |
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El mar de nubes en dirección sur. |
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Situado en el precipicio de la Ciglera Vermella observé los juegos de la niebla. |
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Buscando la cima de Clarent dentro de un bosque encantado. |
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En la espesa cima de Clarent (1.712 m), entre la niebla, este pino sujeto a mil azotes era el jefe. |
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Volví a Els Altars, en lo alto, contemplando la niebla juguetona. Qué fácil resulta abstraerse del mundo aquí, pero en esos momentos intenté canalizar toda esa luz y esa energía hacia un ser que se apaga... |
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Me dirigía de nuevo hacia el desfiladero de la Clusa. La niebla aún bromeaba con El Roig (1.526 m) pero no pudo con Sobrepuny (1.656 m). |
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Pasé de largo sobre el encantador lugar de Sant Romà de la Clusa. |
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Seguí camino abajo, sobre el desfiladero de la Clusa. El estruendo del agua en el fondo del profundo cañón se mezclaba con las voces de algún barranquista. |
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La Cinglera de l'Heura, en la que algunas especies han encontrado milagrosamente su espacio. |
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Bajé por el camino y me despedí de la vista de la Costassa y de las casas de Castell de l'Areny. |
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