11 de julio de 2013

El Catllaràs, buscando su esencia en invierno.

En el siglo XII estos apartados valles interiores del Berguedà y el Ripollès gozaban de una climatología más benigna y fruto de ello fue la repoblación que experimentaron. Se conserva una buena muestra de vestigios de aquella época, como la iglesia románica de Sant Romà de la Clusa y algunas masías próximas. Recorrer el territorio ayuda a entender la dureza de la vida en aquella época e invita a imaginar cómo se las tenían que arreglar los habitantes de este apartado rincón.
La belleza serena de sus montañas y hondonadas, bosques y prados, el único sonido de los riachuelos y el viento en los árboles son una inyección de paz directa en vena. Éstas son las imágenes de un día de invierno perdido en un paraíso particular, el Catllaràs.

La tarde caía cuando llegué a Sant Romà de la Clusa. Un paseo de última hora me permitió disfrutar de las siluetas recortadas de El Roig y de Sobrepuny, que  rompían los matices estratificados de la atmósfera.
Sant Romà de la Clusa, testimonio humano desde el siglo XII. El sonido de los riachuelos inundaba la atmósfera.
La noche se cerraba y el frío venía de golpe en esta noche de marzo. Por el hueco del desfiladero se veían las luces de los pueblos del Berguedà. Aquí la oscuridad se apoderaba de todo.
Una buena cena para reponer fuerzas en el Alberg de la Clusa.
Despertar y ver El Roig amenazado por una niebla en movimiento que subía.
La luz de la mañana inundaba las estancias del Alberg de la Clusa.
Me dispuse a hacer un trekking para impregnarme de esta naturaleza tranquila y serena, dejando atrás el lugar de Sant Romà de la Clusa.
La niebla entraba por el desfiladero, jugando con las crestas de Sobrepuny.
Por encima del bosque aparecían las cimas nevadas de la Serra d'Ensija.
El Pedraforca, asomando curioso sobre las copas del bosque de este rincón del Catllaràs.
Tras varios kilómetros de subida llegué a Els Altars, collada situada a 1.601 m en la que la niebla que empujaba desde el fondo del valle jugaba formando espectaculares torbellinos blancos.
Y otro coloso que decoraba el paisaje poco antes de que la niebla se adueñara de todo, el Puigmal.
Al borde del precipicio de Els Altars, con los torbellinos de niebla queriendo ganar terreno.
El mar de nubes en dirección sur.
Situado en el precipicio de la Ciglera Vermella observé los juegos de la niebla.
Buscando la cima de Clarent dentro de un bosque encantado.
En la espesa cima de Clarent (1.712 m), entre la niebla, este pino sujeto a mil azotes era el jefe.
Volví a Els Altars, en lo alto, contemplando la niebla juguetona. Qué fácil resulta abstraerse del mundo aquí, pero en esos momentos intenté canalizar toda esa luz y esa energía hacia un ser que se apaga...
Me dirigía de nuevo hacia el desfiladero de la Clusa. La niebla aún bromeaba con El Roig (1.526 m) pero no pudo con Sobrepuny (1.656 m).
Pasé de largo sobre el encantador lugar de Sant Romà de la Clusa.
Seguí camino abajo, sobre el desfiladero de la Clusa. El estruendo del agua en el fondo del profundo cañón se mezclaba con las voces de algún barranquista.
La Cinglera de l'Heura, en la que algunas especies han encontrado milagrosamente su espacio.
Bajé por el camino y me despedí de la vista de la Costassa y de las casas de Castell de l'Areny.

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