En el pabellón multiusos de Vielha, con registro de entrada y de salida, la organización había dispuesto las bolsas de apoyo con ropa limpia, comida y bebida que cada corredor nos habíamos preparado en Benasque. Una maravillosa ensalada de patatas, atún y aceitunas verdes me dió alas para salir de la capital del Valle de Arán (km 52) dispuesto sí ó sí a acabar la carrera.
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La subida a Gèles por el Sarrat dera Vitz, ya lo habían advertido, fué durísima. Además de la fuerte pendiente a mí me coincidió con la caída de la noche. Para reforzar mi sentido de la orientación y mitigar la pérdida de la atención por la oscuridad y la fatiga encendí el Magellan Explorist en el que había guardado el track de la carrera. Pude disipar pequeñas dudas consultando este instrumento sobre todo en la zona rasa y sin árboles de la Pleta des Anheths.
Salí de Vielha con Carlos Javier García, con quien fuí hasta el pintoresco pueblo aranés de Gausac.
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La noche cayó sin remedio sobre Vielha y el Valle de Arán mientras subía por el Sarrat dera Vitz.
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Ni un alma, ni un ruido, ni una luz, ni por delante ni por detrás mío. Tanta soledad me acongojaba y me hacía perder confianza. La llegada al control de Gèles fué un alivio pasajero en cuanto volví a verme en medio de la oscuridad y el silencio de un bosque estremecedor.
Al doblar una curva del sendero oí el rumor de un río lejano, en lo más hondo del valle. Por ese valle transité entre las 12 y las 2 de la madrugada. No había ni un alma, sólo se oía el sonido acuático del río en el fondo de aquel valle tan cerrado. Por más que bajaba aquello no acababa nunca. El río seguía oyéndose muy lejos. Ahora sí, distinguí la luz temblorosa de algún frontal en algún punto de la ladera opuesta del valle.
Me dormía.
Tenía muchísimo sueño. De repente mi cerebro quería desconectar, nunca me había pasado. Tenía ganas de sacar la manta térmica y tumbarme a dormir en cualquier rincón.
Me alegré de ver una borda abandonada. Quizás estuviese abierta por alguna parte y así entrar a dormir. Pero no. Estaba cerrada a cal y canto.
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El río sonaba más cercano y decidí continuar para llegar a él. No se veía nada, en absoluto, ni siquiera la silueta recortada de las montañas en una noche sin luna. Llegué a un puente y crucé el que debía de ser el río Joèu. Allí tomé una pista asfaltada que debía llevarme hasta el refugio y control de Artiga de Lin.
La monotonía de la pista se volvió en mi contra en forma de más sueño. Cerré los ojos para descansar la vista y el cerebro. Quizás en el refugio esperaba un autobús escoba con formidables asientos en los que dormir mientras me trasladaban de vuelta a Benasque...
El impulso de mis bastones sobre la gravilla y la tierra de los bordes de la carretera me despertó. Había dormido mientras subía caminando por aquella pista de Artiga de Lin. Un cartel me indicaba 2 kms para llegar al refugio. Volví a cerrar los ojos... y a dormir... Lo estaba pasando fatal. Decidí quedarme en el refugio a dormir y abandonar. Por primera vez en mi vida estaba dispuesto a abandonar en una carrera. Ni dolor, ni ampollas, ni rozaduras, ni sed, ni frío, ni calor... pero el sueño sí me pudo...
Un estruendo me volvió a desvelar. Era algo parecido a una catarata. En un cartel ponía una referencia a Uelhs de Joèu y a Aigualluts. Días más tarde descubrí que aquel caudaloso torrente de agua se colaba en el Forau d'Aiguallut, en el Valle de Benasque, con el deshielo del Glaciar del Aneto, atravesaba la montaña de Pomèro y aparecía a unos 4 kms en Uelhs de Joèu para verter toda su agua a la cuenca del Garona.
Enseguida llegué al refugio de Artiga de Lin, en donde varios corredores estaban descansando. El responsable del control me sugirió que tomase una cola cuando le comenté que me moría de sueño. Entonces me dí cuenta que no había cogido el dinero que había preparado y me desesperé. Llegaba el momento de sacar la manta térmica y tenderla junto al calor de la chimenea para dormir... y esperar que alguien me devolviese a Benasque.
Pero sin darme opción el responsable del control me tendió una lata de cola y me dijo que se había fijado en la bolsa porta-objetos que llevaba para guardar barritas, perteneciente al UT Serra de Montsant del año pasado y en el que él también había participado como colaborador de la organización, y que por eso me invitaba a la cola.
Este pequeño detalle me salvó de abandonar. El refresco y media bolsita de avellanas me sentaron fenomenal y así salí a rellenar los bidones a la fuente del refugio.
Otro corredor también tenía intenciones de salir para comenzar a subir al Port de la Picada, así que convenimos en subir juntos, no sin antes advertirme que iba muy tocado y que llevaría un ritmo muy tranquilo.
Comenzamos a subir a través del peor sendero de toda la carrera, muy vertical, completamente encharcado y resbaladizo.
Si el Port de la Picada prometía ser duro por lo pedregoso por el lado de Benasque, por el lado del Valle de Arán era blando, lleno de barro y muy resbaladizo. El ascenso fue bastante lastimoso. Mi socio en la Picada iba sufriendo muchísimo y tenía que parar cada 10 m a descansar. No podía con su alma y con la altitud. Intenté como pude tirar de él. Ahora sí que aparecían más luces y gente que nos adelantaba, quizás hasta una docena de participantes durante las casi 3 horas que nos duró el ascenso.
Dos voluntarias de la organización nos dieron la bienvenida al control y las instrucciones para bajar la Picada sin acabar en Francia.
Ahora sí, un cielo espectacular y estrellado dejaba entrever la silueta del Aneto, mientras los rumores del Ésera llegaban desde el fondo del valle.
Mi socio en la Picada se convirtió de repente en semisocio, y sin mediar palabra puso en evidencia lo mal bajador que soy por terrenos de piedra suelta, dejándome a mi suerte.
Ello me llenó de coraje y me animó a bajar con muchas ganas hasta el Vado del Hospital, en donde un despiste me hizo cruzar el río por el hotel en lugar de por el refugio, cientos de metros más abajo.
Pero sin más problemas por ello en el control, comencé a trotar en aquellos últimos 15 kms que me habían de llevar hasta Benasque, con el propósito de cumplir el objetivo inicial de acabar en 24 horas.
El sueño de Artiga de Lin se había esfumado, el olor de la meta llegaba, las primeras luces del día también, y muscularmente me encontraba muy entero.
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En el Vado del Hospital comenzaban a clarear las cumbres del Valle de Benasque.
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Me imprimí muy buen ritmo de bajada y comencé a adelantar a algunos de los corredores que nos adelantaron a mí y a mi semisocio de la Picada.
Para mi sorpresa también dí alcance a Alex y a Melcior, a quienes no pude seguir en la bajada de Llauset, viniéndose Melcior conmigo hasta Benasque.
No paré de trotar en esos últimos 15 kms, el fresco de la mañana ayudaba, las ampollas de los pies ya me pasaban desapercibidas, y la meta la sentía muy cerca.
Y así fue. Tras dejar atrás el cruce de Cerler floté en el vector espacio/tiempo. Una música épica y aplausos me recibieron en la alfombra amarilla de la meta de Benasque.
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La felicitación de Roger y el fortísimo y cálido abrazo de mi mujer me pusieron la piel de gallina y una chica sonriente me colgó la medalla de Finisher Vuelta al Aneto.
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El reloj marcaba las 08:51 del día siguiente. Acabé sobre las 24 horas. Cada pliegue de mi cerebro se ablandó y se estiró y la catarata de emociones y sentimientos inundó mi cuerpo y mi alma. Acababa de conseguir dar la vuelta al Aneto en 24 horas y 51 minutos, en el puesto 154 de los 260 participantes.
Os lo dedico a todos aquellos que me animais y creéis en mis posibilidades y haceis que yo también crea en ellas, especialmente a mi mujer y mi hija, que siempre me apoyan y colaboran en hacerme la vida más fácil para que pueda entrenar y acudir a las competiciones.
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Con ellas compartí en Benasque una semana extraordinaria, escuchando la voz de las montañas... la voz del Aneto...
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