El entrenamiento invisible

Huir por unos días de la aglomeración de Barcelona, de sus centros comerciales, de las compras... y de la crisis, del ambiente histérico y deprimido del sector de la construcción, de los kilométricos atascos, de la dinámica vertiginosa en la que nos vemos inmersos, de los entrenamientos intensivos con todas sus series, ritmos y frecuencias... para buscar la paz, el silencio y el descanso que nos ofrece el venir al pueblo, dejando muy lejos, a 450 kms, todas aquellas estresantes realidades cotidianas, sumergiéndome, de golpe, en un endoplasma de relax absoluto.

Ruesca, invernal y fría.

Subida al castillo.

La torre de la iglesia.

Y, sí, con tiempo para entrenar también, pero relajadamente, con Mª Angeles, por los caminos solitarios que serpentean entre las ahora desoladas viñas y campos de viejos almendros, en estas tierras altas del sur zaragozano, junto a las Sierras del Espigar y de Vicort, esta vez, por suerte, sin la presencia inclemente del cierzo.

La Sierra del Espigar y el pueblo desde el camino de Miedes.

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Por el paraje de la Andorera.

El camino de Valdama y el de Miedes.

El camino de Orera y la Sierra de Vicort.

La vieja noguera.

El Camino de Miedes.

Y poder disfrutar, también, de los sabores tradicionales, humildes y sencillos propios del lugar y de las fechas, como las sopicas hervidas de ajo, la borraja, el cardo, las costillicas y la longaniza, y apurando las últimas frutas de la temporada que aún se mantienen en los árboles, las mangranas y las manzanas royicas.

Y lo mejor... el entrenamiento invisible: horas, horas y horas de descanso infinito y sueño profundo e inalterado hasta media mañana, al despertar por los cantos de los pájaros que se posan en los árboles de la balsa... las voces amortiguadas en habla aragonesa de algunos de los 80 vecinos... ó las esquilas lejanas de algún rebaño...