En un lugar del Verano

Cae la tarde de finales de Agosto en un día de cambio después de muchos otros de sol y calor.

En las sombras del huerto reina el canto de los pájaros, borrachos como yo de picotear tantas frutas: las uvas de la parra, las ciruelas claudias, las peras de agua y las de don Guindo, y los higos, que ya se muestran maduros, gustosos y dulces. Llegué cuando ya no quedaban cerezas, pero para el otoño esperarán aún las manzanas reinetas, las granadas, las nueces... y las aceitunas.

Cae la tarde, la última de las vacaciones en un lugar del Verano, entre renovadas rachas de aire que agitan sin cesar las copas de los árboles del huerto que con su estruendo parecen aplaudir la llegada de nubes por el horizonte lejano de las tierras altas de Teruel, nubes que quizás crezcan y se conviertan en enormes cúmulos con nombres concretos en función de por dónde aparezcan y que, finalmente, descarguen para bien ó para mal sobre las sedientas colinas y vaguadas al sur de la Sierra del Espigar.

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Han ido pasando los días y las noches intranscendentemente, estirando un poquito los pliegues de mi córtex, maximizando los sentidos y minimizando manías, histerias, obsesiones y fobias.

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Mañanas suaves y limpias para recorrer los senderos caminos y crestas de las cercanas Sierras del Espigar y de Vicort:
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Amanece en Ruesca al salir a disfrutar del trail-running por el monte.
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Mª Angeles por el camino rodeado de girasoles en el Campillo de Miedes.
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Las cárcavas del camino del Plano.

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La mina de sepiolita y los estratos de arcillas de diferentes colores.
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Los chopos del camino de la Rambla.
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La Sierra del Espigar desde la de Vicort, cerca de Viver de Vicort.
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Cresteando para subir al Pico del Rayo.
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Mª Angeles en las cumbres, a punto de emprender la última subida y llegar al Pico del Rayo.
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El Pico del Rayo (1.427 m), cima de la Sierra de Vicort, por donde hicimos un bonito trail de 22 kms y 1.087 m de desnivel en subidas.
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Al regreso, a la entrada de una de las cuevas de Orera.
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Mediodías calurosos, pana poner el cuerpo a enfriar en las frescas aguas de la piscina.
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Tardes abrumadoras de calor en las que disfrutar de reparadoras siestas tras las cuales ir a visitar de nuevo la piscina para reactivar los sentidos...

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...hasta que el sol hiciera gestos de esconderse por las cuestas de Mara, al suroeste, tardes en las que tímidas turbulencias acababan por rendirse al anticiclón y yo al espectáculo que ofrecía la atmósfera...
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Y noches tibias, tomando "la fresca" en la tumbona, a la puerta de casa... al son de conversaciones neutras... cada vez más difusas... dejándome caer poco a poco por las simas del sueño...

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En medio de ese suave paisaje perceptivo flota la amabilidad y la hospitalidad de las gentes y se agita tan sólo, quizás, con la llegada de nuevos veraneantes ó por la entrada en escena de otros actores secundarios pero necesarios en el transcurrir del día a día del pueblo: los vendedores.

El más madrugador y constante el panadero... el pescatero con todo fresco... el galletero de Daroca con sus dulces y chucherías... el de los congelados y sus helados... y el charcutero y sus exquisitos productos donde destaca el jamón de Casa Conejos curado en Cedrillas. Cada uno de ellos es el protagonista del día y del momento en que llega con su furgoneta llena de productos, haciendo más felices a los residentes habituales y a los ocasionales...

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Mientras mi perrita duerme plácidamente entre las sombras el aire sigue agitado en el huerto y el movimiento de las ramas y las hojas tamiza pequeños rayos de la luz ya dorada de la tarde de finales de Agosto. El recuerdo de tanta quietud permanecerá quién sabe si hasta otro lugar de otro verano...
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