Nada mejor para conocerlos que navegar por ellos y, aprovechando una mañana de Mediterráneo sereno y plano, hoy me dí cita con algunos amigos kayakistas para disfrutar de todo ello: Albert, David, Rafa, Manel, y las anfitrionas, Rosa y Gemma, que nos mostraron todos los freus existentes, con todas las pistas y secretos para atravesarlos y no remojarse con un vuelco en el intento, desde Lloret de Mar hasta Cala Morisca, unos 8 kms de ida y vuelta, recortando toda la costa rumbo nordeste, hacia Tossa de Mar.
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Albert, Manel, yo y David en el punto de encuentro, la recogida playita de sa Caleta, en el extremo oriental de Lloret de Mar.
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Atravesar un freu tiene su técnica, los kayakistas locales son expertos en ello, pero para los que venimos de costas más monótonas supone todo un desafío en el que hay que tener en cuenta varios factores, como el estado del mar, las características de las olas, la observación del reflujo (fundamental para no quedarse varado en un escollo... y volcar), la boca por donde entran las olas, la sinuosidad y la estrechez del freu ó la profundidad del mismo, entre otros...
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Dirigiéndome al Freu de sa Porrassa, observando las rocas semisumergidas y el comportamiento de los reflujos...
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Enorme sensación de libertad por la infinitud del mar. Delante, Gemma, y al fondo, Narcís, que venía de pescar y también se unió al grupo.
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Abigarrada colina en Cala Canyelles.
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Centenares de gaviotas alborotadas sobrevuelan nuestro paso.
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A punto de concluír se produce el avistamiento del Paseo Marítimo de Lloret de Mar, y detrás, pero a decenas de kilómetros, distingo el Turó de l'Home, cuya cima fue testigo en Mayo de mi paso por la Travessa del Montseny.
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Y como no podía ser de otra manera, tras terminar, disfrutamos de una cervecita a pie de playa, planeando nuevas aventuras, en un Lloret de Mar que se resiste a la llegada del invierno aferrándose a la presencia de numerosos y agradecidos turistas eslavos ó del norte de Europa: mientras cargaba mi kayak en las barras del coche una turista me explicaba con añoranza y cierta melancolía que ella tenía un kayak de mar exactamente igual al mío... ¡¡¡en Moscú!!!