11 de agosto de 2011

Dar la vuelta al Aneto

Hacía meses que Juankir me había propuesto hacer el Trail del Aneto. Mi cerebro consultó con el corazón y mi corazón con el cerebro, y se pusieron de acuerdo para realizar, quizás, el reto más importante de esta temporada.
De las 3 opciones disponibles para el consumidor de trails y ultratrails, Maratón (42 kms), 2 Caras del Aneto (67 kms) y Vuelta al Aneto (96 kms), elegí ésta última por cuanto representa dar la vuelta al coloso de los Pirineos, a través de valles como el de Benasque, Ballibierna, Llauset, Angllos, Barrabés, Molières, Arán y Artiga de Lin.
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Los casi 12.000 m de desnivel total acumulado (11.900) los relativicé en la medida de lo que pude para no echarme atrás, si al fín y al cabo en la Núria- Queralt ya hice 12.777 m. cuatro semanas antes... pero sin despreciar en ningún momento semejante cuantía por lo que presupone de esfuerzo y sufrimiento.
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El perfil longitudinal de la Vuelta al Aneto, con las cimas del Coll de Ballibierna, Collada d'Angllos, Port de Vielha, Gèles de Montpius y Port de la Picada.
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Tras varios meses de preparativos diversos, alojamiento, organización familiar de vacaciones, adquisición de buena parte del material obligatorio, llegó el momento del Aneto...
Varios amigos se habían animado a hacer también la Vuelta, Moisses, Melcior, Raul, Paco, Dani... Con ellos y con mi familia todo habría de resultar más fácil.
Y así fué. En medio de un ambiente excepcional de carrera por montaña se dió la salida en las calles de Benasque a 260 esperanzados participantes.
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Dani Sugrañes, Paco del Moral, Moisses Rossell y Raul Sales me acompañan en los minutos previos a la salida.
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Todos los participantes de la Vuelta al Aneto a punto de tomar la salida. La alfombra amarilla esperaba a todos a la vuelta...
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En los primeros kilómetros, hasta el Pllan de Senarta, todo el mundo iba al trote en medio de bromas y buen humor. Desde allí abajo las montañas parecían colosos imposibles de superar, pero a partir de Senarta comenzamos a subir por un valle transversal, Ballibierna, que nos habría de llevar al techo de la carrera.
Un repecho muy vertical nos condujo de golpe a una pista forestal desde la que se podía admirar el formidable Macizo de Posets (3.375), el hermano menor del de Maladeta, en donde se ubica el Pico de Aneto.
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Primeros kilómetros por el fondo del Valle de Benasque.
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Primeras subidas de consideración por el Valle de Ballibierna.
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Desde la pista de Ballibierna se veían las cumbres de Posets, al otro lado del Valle de Benasque.

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La pista subía lentamente hacia el corazón de Ballibierna, el refugio de Coronas, auténtico paraíso en el que entraban ganas de quedarse a vivir... hasta morir...


Tras el refugio comenzaba la cruda realidad de la subida a la Collada de Ballibierna, a través de un sendero que ganaba altitud a marchas forzadas y que comenzaba a poner a cada uno en su sitio.


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Melcior Truncal, con quien compartí buena parte de la subida a Ballibierna, avanza por un precioso valle en V que dejaba entrever el 3.000 de Ballibierna entre la bruma.
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Tras Melcior y Alex, en un pequeño respiro llano junto al refugio de Coronas, con las cimas de la Tuqueta de Muidors (2.939), Ballibierna (3.056) y Tuqueta Bllanca (2.796) delante nuestro.
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El terreno se escarpaba al subir por el Vall de Llosás, en cuyo fondo se erguían el Pico de Aneto (3.404), Tempestades (3.278), Margalida (3.238) y Russell (3.207), colosales.
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Ballibierna-Culebras y Tuca Arnau. Todavía quedaban congestas de nieve.
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Los corredores se afanan subiendo a los Ibones de Ballibierna.
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Pasando bajo el Pico de Aneto, emblema de la carrera y cumbre de los Pirineos.
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Con paso firme, antes de llegar a los Ibones de Ballibierna, con el Macizo de Posets al fondo.
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El paso por las orillas de los Ibones de Ballibierna permitía ver una imagen de lujo, el Macizo de Maladeta por su cara sur, con la sucesión de los picos de Aneto, Espalda de Aneto, Tempestades, Margalida y Russell, y el Pico de Ballibierna a la derecha, casi envidioso de la altura de sus vecinos de enfrente, con unos lagos prodigio de la naturaleza glaciar del valle.


El miedo es libre y aparece cuando menos lo esperas. Bajando a la cabecera del Ibón Alto había que sortear una roca de 2 m de bajada vertical de cara directa al lago. Me aparté a observar lo que hacían los demás y me dispuse a imitar lo que veía, dando un tremendo salto con media vuelta para caer en una repisa de cara a la roca y de espaldas al lago y así poder agarrarme a algo en caso necesario y no seguir rodando hasta el agua.


El subidón de adrenalina al superarlo fue brutal y me dió confianza para saltar entre bloque y bloque de los restos de una morrena. Pero las confianzas traicionan, y al saltar a un bloque de 1 m3 éste cedió con un ruido seco y me hizo caer, produciéndome rasguños en manos y antebrazo. Consciente de que no había más daño me puse en pié y seguí saltando, pero volví a oir el rugido seco del golpe entre bloques... y el grito de una persona a pocos metros delante mio. No me parecía ver a nadie, pero de entre la masa de bloques pude distinguir 2 piernas inmóviles. Al acercarme vi a un participante dentro de un hueco. Con la ayuda de un tercero conseguimos ponerlo en pie tras comprobar que no tenía ninguna fractura. La silueta de alguien de la organización 200 m más arriba, en la Collada de Ballibierna, nos animó a los 3 a seguir rápidamente.
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Alex, delante mío, transitando por la orilla del Ibón Baixo.
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El Ibón Alto, con el Pico Russell y la morrena de la cabecera del lago. El sendero serpenteaba por el acantilado.
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El control de la Collada de Ballibierna estaba a cargo de Roger Besora, fue una gran alegría encontrarme allí con él, pendiente y animando a todos los que llegaban al techo de la carrera (2.732). Desde allí se veía la Vall de Llauset y todo el macizo de las cumbres de Aigüestortes. Las vistas estremecían.


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En la Collada de Ballibierna, con los ibones en el fondo del valle.
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Con Roger Besora y el Pico Russell detrás nuestro.
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Las vistas a la vertiente sureste eran mágicas, con las cumbres de Aigüestortes y el Estany del Cap de Llauset mitigando la dureza visual de la bajada técnica y pedregosa.


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En la bajada a Llauset carqué mis bidones con el agua del riachuelo cristalino de Coma Arnau, poco antes del Ibón del Botornàs.


Por las orillas del Estany de Llauset la dispersión de corredores era ya un hecho. Dejé de correr acompañado y la soledad se fue haciendo cada vez más patente.


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Bajada al Ibón del Botornàs.


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El Ibón del Botornàs y el Pico de Ballibierna.


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El Estany de Llauset.


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El Estany de Llauset y el Pico de Ballibierna.


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La subida a la Collada d'Angllos fué muy dura y vertical, pero eso sí, corta; además, entre las vistas y el agua cristalina que iba bebiendo pude superar el tremendo desgaste físico y psicológico de este puerto. Arriba paré a comer alguna barrita y a contemplar uno de los paisajes de alta montaña más bonito de cuantos recuerdo. La bajada a los Ibones de Angllos era muy técnica y no permitía distracciones. Pequeños puntos de colores serpenteaban por entre el paisaje lacustre, eran los corredores, ya muy dispersos.
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Vall d'Angllos, con los ibones, la ladera rojiza del Pic dels Bous y el macizo de Aigüestortes al fondo.
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Pasando junto el Estany de l'Aubaga, en la Vall d'Angllos.


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La bajada al Pantano de Senet fue muy larga y técnica. Aquí pudimos disfrutar de un combinado de piedras sueltas, raíces y barro resbaladizos no apto para mentes sensibles.


Los últimos kilómetros, por la orilla del río de Salenques, fueron un auténtico placer, por el sonido del agua, la frescura de la arboleda y el terreno blando y mullido por la hojarasca, como una suave alfombra.
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La bajada de Angllos al Pantano de Senet fue espantosa, con tramos técnicos por todo tipo de terreno, piedra suelta, rocas, raíces y barro resbaladizo, para salvar 800 m de desnivel. En frente se levantaban el Tuc de Contesa (2.775) y el Tossal d'Escobedieso (2.763), ya en Aigüestortes.
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La fresca ribera del río de Salenques.
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El suave paisaje del Pantano de Senet.
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El tramo por la Vall de Barrabés, desde Senet a Espitau de Vielha, discurría por las orillas del curso alto del rio Noguera-Ribagorçana, frondoso y fresco. En el control de Conangles rellené los bidones con un agua helada y cristalina que salía de los caños incrustados en una roca.


Allí hubo un reagrupamiento y comenzamos la subida al Port de Vielha con las vistas del Val de Molières y de la vertiente occidental de las cumbres de Aigüestortes a nuestro alcance.


La debilidad comenzaba a aparecer en todos. En ningún momento dejé de comer frutos secos ó barritas y algún gel, ni de beber agua. Ello me mantuvo firme y decidido, no así en el caso de Yves, corredor francés con el que compartí varios tramos de la carrera y quien en el sitio menos pensado, en pista y casi sin pendiente, tropezó consigo mismo fruto de la debilidad. Las piernas no le respondían y la debacle fue brutal y cruel para él.


Alcancé a un grupo de castellonenses que se afanaban en lo más duro del Port de Vielha, la Font dera Espona. Con ellos llegué casi sin darme cuenta a lo alto planificando lo que aún quedaba de carrera a lo largo del Valle de Arán.
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Boca Sur del Túnel de Vielha.
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Val de Molières y Tuc de Molières (3.013).
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Tuc de Contesa y Tossal d'Escobedieso.
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Plan des Marrècs y Tuc de Molières.
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En la bajada a Vielha, primeramente por un sendero muy pedregoso y técnico que destrozaba los pies, me volví a quedar en soledad. Unos vaqueros araneses evitaron que tomase una senda equivocada. La falta de atención comenzaba a hacer acto de presencia. Pero al llegar a una pista comencé a trotar con ganas, así hasta llegar a una Vielha rebosante de gente y ambiente.
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El camino pedregoso de bajada a Vielha, pasando a los pies de la Tuca Nera.
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La aguja blanca del Tuc dels Hemnes (2.497).
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El camino de bajada hasta Vielha.
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Eth Cap dera Vila.


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En el pabellón multiusos de Vielha, con registro de entrada y de salida, la organización había dispuesto las bolsas de apoyo con ropa limpia, comida y bebida que cada corredor nos habíamos preparado en Benasque. Una maravillosa ensalada de patatas, atún y aceitunas verdes me dió alas para salir de la capital del Valle de Arán (km 52) dispuesto sí ó sí a acabar la carrera.
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El descanso y el avituallamiento en el Pabellón de Vielha.
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La subida a Gèles por el Sarrat dera Vitz, ya lo habían advertido, fué durísima. Además de la fuerte pendiente a mí me coincidió con la caída de la noche. Para reforzar mi sentido de la orientación y mitigar la pérdida de la atención por la oscuridad y la fatiga encendí el Magellan Explorist en el que había guardado el track de la carrera. Pude disipar pequeñas dudas consultando este instrumento sobre todo en la zona rasa y sin árboles de la Pleta des Anheths.


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Salí de Vielha con Carlos Javier García, con quien fuí hasta el pintoresco pueblo aranés de Gausac.
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La noche cayó sin remedio sobre Vielha y el Valle de Arán mientras subía por el Sarrat dera Vitz.
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Ni un alma, ni un ruido, ni una luz, ni por delante ni por detrás mío. Tanta soledad me acongojaba y me hacía perder confianza. La llegada al control de Gèles fué un alivio pasajero en cuanto volví a verme en medio de la oscuridad y el silencio de un bosque estremecedor.


Al doblar una curva del sendero oí el rumor de un río lejano, en lo más hondo del valle. Por ese valle transité entre las 12 y las 2 de la madrugada. No había ni un alma, sólo se oía el sonido acuático del río en el fondo de aquel valle tan cerrado. Por más que bajaba aquello no acababa nunca. El río seguía oyéndose muy lejos. Ahora sí, distinguí la luz temblorosa de algún frontal en algún punto de la ladera opuesta del valle.


Me dormía.


Tenía muchísimo sueño. De repente mi cerebro quería desconectar, nunca me había pasado. Tenía ganas de sacar la manta térmica y tumbarme a dormir en cualquier rincón.


Me alegré de ver una borda abandonada. Quizás estuviese abierta por alguna parte y así entrar a dormir. Pero no. Estaba cerrada a cal y canto.
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El río sonaba más cercano y decidí continuar para llegar a él. No se veía nada, en absoluto, ni siquiera la silueta recortada de las montañas en una noche sin luna. Llegué a un puente y crucé el que debía de ser el río Joèu. Allí tomé una pista asfaltada que debía llevarme hasta el refugio y control de Artiga de Lin.


La monotonía de la pista se volvió en mi contra en forma de más sueño. Cerré los ojos para descansar la vista y el cerebro. Quizás en el refugio esperaba un autobús escoba con formidables asientos en los que dormir mientras me trasladaban de vuelta a Benasque...


El impulso de mis bastones sobre la gravilla y la tierra de los bordes de la carretera me despertó. Había dormido mientras subía caminando por aquella pista de Artiga de Lin. Un cartel me indicaba 2 kms para llegar al refugio. Volví a cerrar los ojos... y a dormir... Lo estaba pasando fatal. Decidí quedarme en el refugio a dormir y abandonar. Por primera vez en mi vida estaba dispuesto a abandonar en una carrera. Ni dolor, ni ampollas, ni rozaduras, ni sed, ni frío, ni calor... pero el sueño sí me pudo...


Un estruendo me volvió a desvelar. Era algo parecido a una catarata. En un cartel ponía una referencia a Uelhs de Joèu y a Aigualluts. Días más tarde descubrí que aquel caudaloso torrente de agua se colaba en el Forau d'Aiguallut, en el Valle de Benasque, con el deshielo del Glaciar del Aneto, atravesaba la montaña de Pomèro y aparecía a unos 4 kms en Uelhs de Joèu para verter toda su agua a la cuenca del Garona.


Enseguida llegué al refugio de Artiga de Lin, en donde varios corredores estaban descansando. El responsable del control me sugirió que tomase una cola cuando le comenté que me moría de sueño. Entonces me dí cuenta que no había cogido el dinero que había preparado y me desesperé. Llegaba el momento de sacar la manta térmica y tenderla junto al calor de la chimenea para dormir... y esperar que alguien me devolviese a Benasque.


Pero sin darme opción el responsable del control me tendió una lata de cola y me dijo que se había fijado en la bolsa porta-objetos que llevaba para guardar barritas, perteneciente al UT Serra de Montsant del año pasado y en el que él también había participado como colaborador de la organización, y que por eso me invitaba a la cola.


Este pequeño detalle me salvó de abandonar. El refresco y media bolsita de avellanas me sentaron fenomenal y así salí a rellenar los bidones a la fuente del refugio.


Otro corredor también tenía intenciones de salir para comenzar a subir al Port de la Picada, así que convenimos en subir juntos, no sin antes advertirme que iba muy tocado y que llevaría un ritmo muy tranquilo.


Comenzamos a subir a través del peor sendero de toda la carrera, muy vertical, completamente encharcado y resbaladizo.


Si el Port de la Picada prometía ser duro por lo pedregoso por el lado de Benasque, por el lado del Valle de Arán era blando, lleno de barro y muy resbaladizo. El ascenso fue bastante lastimoso. Mi socio en la Picada iba sufriendo muchísimo y tenía que parar cada 10 m a descansar. No podía con su alma y con la altitud. Intenté como pude tirar de él. Ahora sí que aparecían más luces y gente que nos adelantaba, quizás hasta una docena de participantes durante las casi 3 horas que nos duró el ascenso.


Dos voluntarias de la organización nos dieron la bienvenida al control y las instrucciones para bajar la Picada sin acabar en Francia.


Ahora sí, un cielo espectacular y estrellado dejaba entrever la silueta del Aneto, mientras los rumores del Ésera llegaban desde el fondo del valle.


Mi socio en la Picada se convirtió de repente en semisocio, y sin mediar palabra puso en evidencia lo mal bajador que soy por terrenos de piedra suelta, dejándome a mi suerte.


Ello me llenó de coraje y me animó a bajar con muchas ganas hasta el Vado del Hospital, en donde un despiste me hizo cruzar el río por el hotel en lugar de por el refugio, cientos de metros más abajo.


Pero sin más problemas por ello en el control, comencé a trotar en aquellos últimos 15 kms que me habían de llevar hasta Benasque, con el propósito de cumplir el objetivo inicial de acabar en 24 horas.


El sueño de Artiga de Lin se había esfumado, el olor de la meta llegaba, las primeras luces del día también, y muscularmente me encontraba muy entero.
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En el Vado del Hospital comenzaban a clarear las cumbres del Valle de Benasque.
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Me imprimí muy buen ritmo de bajada y comencé a adelantar a algunos de los corredores que nos adelantaron a mí y a mi semisocio de la Picada.


Para mi sorpresa también dí alcance a Alex y a Melcior, a quienes no pude seguir en la bajada de Llauset, viniéndose Melcior conmigo hasta Benasque.


No paré de trotar en esos últimos 15 kms, el fresco de la mañana ayudaba, las ampollas de los pies ya me pasaban desapercibidas, y la meta la sentía muy cerca.


Y así fue. Tras dejar atrás el cruce de Cerler floté en el vector espacio/tiempo. Una música épica y aplausos me recibieron en la alfombra amarilla de la meta de Benasque.


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La felicitación de Roger y el fortísimo y cálido abrazo de mi mujer me pusieron la piel de gallina y una chica sonriente me colgó la medalla de Finisher Vuelta al Aneto.
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El reloj marcaba las 08:51 del día siguiente. Acabé sobre las 24 horas. Cada pliegue de mi cerebro se ablandó y se estiró y la catarata de emociones y sentimientos inundó mi cuerpo y mi alma. Acababa de conseguir dar la vuelta al Aneto en 24 horas y 51 minutos, en el puesto 154 de los 260 participantes.


Os lo dedico a todos aquellos que me animais y creéis en mis posibilidades y haceis que yo también crea en ellas, especialmente a mi mujer y mi hija, que siempre me apoyan y colaboran en hacerme la vida más fácil para que pueda entrenar y acudir a las competiciones.


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Con ellas compartí en Benasque una semana extraordinaria, escuchando la voz de las montañas... la voz del Aneto...
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